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18 mar 2016

Mi padre tiene 82 años y desde niño ha trabajado en el campo.
Cuando tenía unos 15 años, iba a labrar y cuando había tormenta se resguardaban en esta caseta. No la había vuelto a ver por dentro desde entonces.


Me cuenta que encendían el fuego y se secaban la ropa. Solían comer alrededor de la lumbre. ¿Qué comías? Se echa a reir.  Si su madre se había levantado pronto, igual unas patatas fritas o unas sardinas. Si había suerte, le echaban un trozo de tocino o una morcilla y se lo asaba en las ascuas.

Allí se resguardan si llovía y se juntaban a comer 3 ó 4 del pueblo que tenían las viñas lindantes. Si hacía buen tiempo, cada uno comía detrás de su carro. Había más armonía que ahora.



En el pesebre comían las mulas. Las caballerías también pasaban sus calamidades. Les echaban una garba de alfalfa, de paja, un puñado de grano, de cebada o de avena. De trigo nunca porque se empleaba para hacer el pan, "para nosotros que hubiera habido".

Después de comer se ponían a labrar y se dejaban el tajo para el día siguiente. "Hoy en día, la gente es más señorial, vienen al campo y se cambian aquí, luego se van a almorzar al bar del pueblo."

Me señala una viña totalmente abandonada: "Esa viña de bobal ya no hay quien la resucite. Tendrá más de 100 años."

Mañana es el Día del Padre. No sé qué regalarle al mío. Sólo le gusta el vino de su cooperativa y el aceite de su almazara. Le dedico este pequeño recuerdo. Ha sido una mañana preciosa con él.